Mi experiencia y pensamientos
No me acuerdo de la primera vez que me vino, pero sí sé que fue muy joven porque fui de las primeras de mis amigas. En esa época venía Nosotras al colegio a regalarnos toallas higiénicas. Un paquete gigante con toallas grandes, chiquitas, con alas, sin alas, de colores, con gel, sin gel, con olor, sin olor. Para mí esos días eran los mejores, me sentía recibiendo un regalo lleno de colores y formas que llamaban mucho la atención. Así que muy orgullosa me iba con mi mega regalo al salón donde estaban los niños a meterlo al morral. Pero hasta ahí me llegaba el orgullo cuando se trataba de las toallas higiénicas, porque el día que me venía ya era otro cuento.
Sentía mi menstruación como una tortura y una pena constante. Vivía con una inseguridad terrible de que alguien se diera cuenta que me había venido, que de pronto me fuera a manchar o que vieran la toalla higiénica dentro del morral. Para poder cambiarme, me acuerdo que la sacaba rápido para esconderla de una en mi bolsillo esperando que nadie se diera cuenta (ni siquiera mis amigas). No sé si era lo poco que entendía del tema, mi edad, mi inmadurez o el tabú que había en ese momento, pero me sentía sucia. Tanto que esos días intentaba socializar lo menos posible para que no supieran que me había venido, como si se fueran a dar cuanta con solo mirarme.
Recuerdo también ese momento en el que sabía que tenía que cambiarme, ese instante en el que sentía la toalla como un pañal cargado, mojado y, peor aún, caliente. Conocía el momento exacto en el que si esperaba un minuto más se me iba a filtrar por el calzón y luego por la ropa. Ese instante era crítico y con la adrenalina recorriéndome el cuerpo, solo podía correr por todo el colegio y llegar al baño rogando para que no se me hubiera filtrado nada.
A medida que pasaban los días del periodo, la cantidad de flujo bajaba y al principio pensé que esto era “la tortura” acabándose, pero muy pronto me daría cuenta que no. Más que nada, porque empezaría a notar que al usar toallas, la humedad de estas se mezclaba con mi sudor y otros fluidos y el roce de los mismos me generaba irritación. Caminaba y sentía mi vulva raspada, me sentaba y sentía una piquiña que era insoportable. No lo sabía entonces, pero tenía la vulva quemada de la humedad y del roce del algodón de la toalla. Para acabar de ajustar, el quemón me molestaba no solo durante el periodo si no 10 días más, sumando un total de 17 días de incomodidad y dolor cada mes.
15 años después aprendí que la humedad y el roce de la toalla higiénica lo que generaron en mi vulva era un hongo que, por no poder respirar, se fue incrementando con los años. Venía y se iba, al punto que me tocó hacer un tratamiento con la ginecóloga para volver a nivelar el pH de mi vulva y así reducir el hongo. Todo salió bien, pero hoy en día no puedo usar ningún calzón que tenga licra, únicamente los que sean 100% de algodón. Miro hacia atrás y han cambiado muchas cosas, me alegra pensar que cada vez hay, así no sea mucho, menos tabú, menos miedo, menos rareza ante algo que es natural y propio de nuestro cuerpo.
Creo que la toalla fue una parte importante del inicio de mi ciclo y aunque haya sido un producto incómodo y menos seguro para mí, es parte de mi historia. Siento que la bacteria, los quemones y los horribles recuerdos, son también razones que me llevaron a atreverme a cambiar, a acercarme sin miedo, sin asco y sin prejuicios a mi periodo y a mi cuerpo. Si yo hubiera sabido en ese momento que existían otro tipo de productos más cómodos y que me generarían mayor seguridad los hubiera usado. Pero las toallas eran lo único que conocía, lo único que estaba a mi alcance y lo único que socialmente era normal usar.
Empezar mi ciclo con toallas fue una consecuencia del entorno, las costumbres y la sociedad, sin embargo, esto está cambiando. Cada vez nos da menos pena, menos miedo, menos pudor. Cada vez estamos más conectados a nuestro cuerpo, y la copa WAM es una de las formas de fortalecer este proceso. Es una manera simple, consciente con el medio ambiente y segura para quienes la usan. Es una manera de hacernos sentir cómodas con nuestros cuerpos, nuestros ciclos y nuestra naturaleza.
¿Te sientes conectadx con tu ciclo? ¿Qué crees que es lo mejor de tu él?
Foto de Anika Huizinga en Unsplash